La
última rosa del edén.
Los
primeros rayos de luz acariciaron mi rostro con ternura,
instándome
a despertar,
obligándome
a contemplarte con los ojos llenos de realidad,
y aunque siento tu silueta junto a mi cama,
mis
manos no pueden acariciarte y mis labios no pueden besarte...
La fragancia de tu perfume permanece,
sobre la almohada siento el tacto de tus cabellos de seda,
y aún siento el latir de tu corazón junto al mío,
mientras
al otro lado de la ventana,
las
hermosas flores de los cerezos descienden
mecidas
por la suave brisa de tu voz celestial,
y al escuchar en mi mente tu voz mi alma se siente reconfortada…
Mi laúd suena desafinado,
pues
ya no escucho con otra cosa que no sea mi corazón,
y solo tu voz por la mañana hace que me sienta feliz...
Tu ausencia me llena de melancolía y añoranza,
aunque
el anhelo por escucharte
me
da fuerzas para vivir para siempre…
Acaricio
las herrumbrosas cadenas que me retienen,
buscando
el valor necesario para romperlas,
soñando
que al otro lado del estanque lleno de juncos plateados
estés
tú, la última rosa del edén,
la
flor más hermosa de la creación,
a quien he entregado mi corazón y mi alma,
sin
reservas y aun sin esperanza...
¿Mas
qué puedo hacer sino adorarte?
Cada
noche sueño con tu rostro, con tus profundos y hermosos ojos,
y cada minuto del día te lo entrego a ti,
pues
tú eres quien hace que mi mundo se detenga,
¿Acaso
no lo ves?
¿Acaso
no ves que te amare de aquí a la eternidad?...