jueves, 7 de marzo de 2019

Ainulindalë, La Música de los Ainur

14 de Septiembre de 1.988. Con tan solo catorce años, recibí un regalo muy especial. Mi hermano mayor me obsequió con un magnífico regalo, la obra de inconclusa de J.R.R. Tolkien. Para entonces ya había leído El Hobbit y El señor de los anillos. No vamos a engañarnos respecto a la homogeneidad del libro -como compendio unificado de diferentes extractos de duración diversa-. Es algo inconexo, y ofrece una visión algo lejana de lo que relata, y de ningún modo puede considerarse una novela. Sin embargo, me fascinó la composición de la mitología más profunda del universo de Tolkien.

De un concepto arraigado de en ciertas religiones contemporáneas, nace Eru Illuvatar, una deidad omnipotente, que mitigó su soledad creando a los Ainur, hijos de su pensamiento, y que fueron su primera creación, antes de cualquier otra cosa. Tolkien elige la música como lenguaje universal para desarrollar la comunicación y la comprensión entre sus vástagos. Les cantó un tema poderoso, que asombró a todos los Ainur. Les ordenó que realizarán una gran música, y con el poder de la llama imperecedera -influencia de mitología nórdica en un autor en el que se apreciaba cierta presencia del catolicismo- los poderes de los Ainur se manifestarían en el vacío y este ya no sería tal.

De una discordancia provocada por Melkor, vivimos la primera rebelión ante su poder, pero todo pertenece a sus designios como ente todopoderoso. Somos testigos de la incombustible ambición del hijo más dotado de Eru, cuyo deseo de arruinarlo todo y ser el rey de todo ocuparía toda su existencia. El mundo de Arda les fue revelado como una premonición, y pudieron ser testigos de la llegada de los primeros nacidos. El poder de Illuvatar dio forma a la música y pensamientos de Ainur, y tras pronunciar ¡Eä!, tras enviar al vacío la llama imperecedera, dio forma al mundo. Los Ainur bajaron a completarlo, ya que apenas nada de lo revelado estaba hecho, y tenían mucho trabajo por delante.

Tenemos ante nosotros un relato interesante, de tono poético, con una íntima conexión con la naturaleza, muy presente en toda su obra, con una presencia maligna que empieza a revelarse. La lucha entre un bien puro y un poder oscuro, tan presente en toda su obra empezaba a manifestarse en su universo. De los Ainur continuaremos hablando en el siguiente fragmento de El Simallirion, El Valaquenta.


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