domingo, 19 de abril de 2020

武士道 —Relato





La pasión es un sentimiento poderoso, incluso embriagador. A menudo no es útil. Nos arrastra a decisiones precipitadas, poco meditadas, y es causa de malestar y pesar.  Por eso estoy aquí, a miles de kilómetros de casa, al filo de la muerte y con un sentimiento de ira tan profundo que mi corazón podría detenerse en cualquier instante. La luna se alza en el cielo, se burla de mi presunción y se ríe de mi estupidez. El amor no puede ser soñado, dirigido. No es alimento para la vanidad y el orgullo. La obsesión no nos arrebata el sentido, no nos deja sin aliento. No piensa en dar antes que en recibir. No conoce el sacrificio. No es amor. Nuestra mente puede engañarnos, tomar un disfraz convincente, y hacernos creer en una ilusión. Es tan adictiva como el opio y muy peligrosa. Cuando su efecto se diluye el velo de tu mente se desvanece como las notas de un koto inerte, y te sientes la persona más estúpida sobre la faz de la tierra. Es lo primero que tienes que perdonar. A tu propio ser.
Un rastro de sangre me persigue mientras me arrastro como un ofidio, sin aliento, y dejo aquel inmundo callejón atrás, aunque me llevo mi odio conmigo. Agarró mi mano con cuidado, pero el dolor es intenso. Escupo sangre y miro a mi alrededor. Ikebukuro es un nido de ratas inmundas, me miran con los ojos vidriosos y se mofan de mi aspecto. No se acercan. No pueden tocarme a no ser que el oyabun lo permita. Camino, solo porque es difícil. Todo se ve borroso, a través de un cristal deforme. Oigo el murmullo del agua como una voz del cielo, como su voz. A pesar de todo me atrae. Tengo que llegar hasta ella, no sé si para maldecirla o para pedirle disculpas por haberme dejado guiar por mi ego. La música suena en mi cerebro, pero mis oídos solo perciben estática. Mi cuerpo suda por todos sus poros, sufro convulsiones hasta que pierdo el sentido con la figura de un Buda que se inclina hacia mí.
—Despierta, gaijin.


Mis ojos se abren despacio, y mi mente disipa la bruma que la ha rodeado durante un tiempo que no acierto a predecir. Estoy en una habitación pequeña, blanca, sin adornos, dentro de un futón con Fuji-san dibujado por una mano sin duda hábil. Sentado en cuclillas veo a un hombre de edad avanzada, rechoncho y de expresión apacible. Lleva una larga barba blanca que le otorga aspecto de hombre sabio, en paz con su espíritu. No es Buda quien me ha rescatado, sino un salvador más terrenal, dentro del mundo que conocemos. Mi mano ya no me duele tanto, aunque noto un hormigueo inquietante donde estaba mi dedo, aquel que los yakuza me amputaron, cuando jugaron a tratarme como un enemigo, olvidando que no soy nadie. El anciano se deleita fumando en una pipa tan vieja como él, y dad forma a pequeños aros de humo, que se introducen unos dentro de otros, en una ceremonia sin final.
—Saldrás de esta, マヌエル.
—Manueru —repito mientras una sonrisa asoma en mi rostro lleno de cicatrices—. Supongo que ese es mi nombre. ¿Cómo lo sabes?
—Hablabas en sueños. Respondías a todas mis preguntas. Ha sido divertido.
—Gracias por salvarme, pero podría ser tu ruina. Si el oyabun se entera…
—No tengo nada que temer de mi propio hijo. —Mi rostro debe revelar una sorpresa mayúscula, y el anciano acaba por estallar en carcajadas al apreciar mi confusión—. No debes sacar conclusiones. No te corresponde hacerlo. He elegido salvarte la vida. Ese ha sido siempre mi camino. El de mi hijo es otro.
—Espero que no tengas problemas.
—Los occidentales veis dificultades en todas partes, hasta en vuestra propia sombra.
—Eso no puedo cuestionarlo —digo riendo, y se une a mí en un momento de algarabía que necesito mucho más de lo que puedo admitir.
—¿Puedo saber el nombre de mi benefactor?
俊露. Toshiro.
—Vaya, como el actor.
—Sí, como el actor. ¿Qué piensas hacer, gaijin? ¿Volverás a casa?
—No puedo. Destrozaron mis documentos. Ya no soy nadie.
—Eres muy dramático. Hay formas de volver. Solo que no quieres hacerlo. Quieres vengarte. Una emoción humana, pero poco racional. El odio consumirá tu alma, y te destruirá. Lo sé. Mi hijo fue dominado por sus pasiones y ahora está perdido en la desdicha, la inmundicia y la depravación.
—¿Qué esperas que haga? ¿Qué me vaya? ¿Qué lo olvide todo?
—Yo no espero nada y lo espero todo —añade de forma misteriosa—. Quieres derribar a un clan yakuza y ni siquiera tienes un tamahagane, un cuchillo.
—¿Qué me aconsejas?
—Debes sanar tu cuerpo y tu mente. Después sí todavía quieres entregar tu vida por nada, es tu derecho.
—¿Cómo es que sabes mi idioma?
—Ese es mi secreto, gaijin.
La casa de Toshiro está en la montaña, alejada de Tokio. No he dejado de preguntarme como fue capaz de sacarme de Ikebukuro y llevarme hasta aquí, pero solo sonríe ante mis preguntas. Todas las mañanas me llevaba a caminar por las laderas de Fuji-san, un hermoso enclave rodeado de una belleza sobrecogedora. A las tardes, tras meditar nos acercamos a los jardines de mi anfitrión Los cerezos están en flor, y disfrutamos de la ceremonia del té, que me aporta una sensación de espiritualidad inesperada. Mis heridas han sanado, pero mi ira no se disipa. No veo decepción en los ojos de mi salvador, solo me observa en silencio. Mi cuerpo debe curarse del todo y unirse a mi espíritu. Toshiro me enseña como empuñar una bokken, una espada de madera. No me cree digno de una de verdad.
—Debes seguir el camino del guerrero. Solo así alcanzarás tu verdadero ser. Lealtad, auto sacrificio, justicia, sentido de la vergüenza, modales refinados, pureza, modestia, frugalidad, espíritu marcial, honor y afecto.
—Tu palabra es ley, 先生. Sensei.






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