jueves, 12 de marzo de 2020

El final del sendero —Relato

Esperando mi turno, junto a la línea de cajas del supermercado, sabía que aquella compra cambiaría mi vida para siempre. La fila parecía una comitiva de condenados, angustiados por esta vida que nos había tocado experimentar. La nube de gas tóxico se divisaba desde cualquier parte, como una condena a muerte, amenazadora e inevitable. Helena Ruiz, mi antiguo objeto de deseo, inalcanzable antaño, princesa intocable para un simple plebeyo, se perfilaba ante mis ojos grises. Sus cabellos rubios revelaban unos mechones grises entre sus tirabuzones, sinónimo del paso inexorable del tiempo. Parecía un autómata, con aquel rostro angelical lívido, propio de una muñeca de porcelana. Sus ojos castaños parecían apagarse de pronto, reflejo de la honda tristeza que debía sentir. Vulnerable, ya no quedaba rastro de su altivez. Mis manos se entrelazaban nerviosas, jugando con la pequeña caja plateada. Nuestras miradas se encontraron quince años después.
—Enrique Gómez… —dijo despacio, sorprendida tanto de verme como de mi aspecto, muy diferente al que recordaba. Aquel muchacho obeso ya no existía—. No esperaba volver a verte —afirmó ella sin rastro de emoción en su voz. Su indiferencia hacia mí volvió de golpe, y me sentí como entonces, tembloroso e invisible—. Date prisa y pon el artículo aquí.
—Tengo algo que decirte —declaré, tratando de insuflarme valor—. No tardaré mucho.


Ella se mordió los labios, incomodada por la situación. Abrí la caja plateada, que celosamente guardaba entre mis manos. Contenía una llave plateada de tamaño medio, insertada en uno de esos llaveros en los que se podía meter una foto. Podía verse un viejo edificio de piedra, con unas escaleras de grandes escalones que se sumergían en el terreno.
—He conseguido mucho en la vida, salvo lo más importante. —La miré fijamente mientras decía estas palabras, enfatizando mi interés por ella—. Te ofrezco este refugio, donde quizás podamos conservar la vida, o al menos tener una larga.
—Antes prefiero pudrirme bajo esta maldita nube —afirmó con el rostro lleno de desprecio. No esperaba esto. Quería ser el héroe por una vez—. ¿Sabes? Cuando éramos solo unos críos tenías razón. Era una persona engreída y despreciable. Tal vez lo siga siendo. Pero tú, que siempre te amparaste en una superioridad moral has cambiado. En el fondo te respetaba, me sentía culpable por reírme de ti, junto a los otros. Pero ahora apareces alardeando, pensando en que puedes comprarme. Y no. No puedes. Lárgate de mi vista, antes de que te cruce la cara.
Y así se cerró el amargo círculo. La vida da muchas vueltas. Tantas que a veces volvemos al punto de partida, un lugar al que nos aterraba regresar, pero que tal vez sea al que pertenecemos. La muerte nos aguarda, pero no nos hace mejores. Solo más primitivos, más básicos. La oscuridad anida en nuestras almas, y la única catarsis posible es morir lo antes posible, solos, del mismo modo que venimos al mundo. No voy a esperar. Ya no queda nada para mí.

Entrada importante

Dos damas con carácter: conociendo a Eva —Cristy Herrera

Cada nuevo paso de la autora dentro de la literatura es una confirmación de lo que ha venido apuntando desde sus primeros pasos. Cada manusc...