jueves, 27 de febrero de 2020

La boda —Relato



Debería estar pensando en ti. En aquel baile a la luz de la luna, en aquel entorno paradisiaco, con tus dedos entrelazados sobre mi pelo, y tu sonrisa cincelada en mis pupilas. Pero no eres tú quien ocupa mis horas de sueño. Es tu hermana, con sus cabellos dorados cayendo como una cascada dorada sobre sus hombros, con sus ojos índigos arrebatando mi aliento, con un cuerpo que incitaba a la lujuria en cada mirada furtiva. Desde que la conocí, mientras dábamos un paseo junto a la orilla del mar, con el sol tiñendo las aguas calmadas con su manto anaranjado, no he podido quitármela de la cabeza. Sentí vergüenza, traté en vano de apartarla de mis pensamientos. Me mantuve alejado por un tiempo e incluso consideré romper contigo, para no tener la necesidad de verla nunca más. Reconozco mi debilidad, mi cobardía. Cada reunión familiar se convirtió en mi único consuelo, la remota posibilidad de un encuentro a solas, con el anhelo secreto de rozar sus labios con los míos. Lamentablemente ella me veía como poco más que un niño. Quince años mayor, acabó por percibir mis miradas ávidas de deseo, pero solo sonreía, divertida por mis absurdas pretensiones. Los meses fueron cayendo como las hojas otoñales, mecidos por una brisa fresca de la que no podíamos escapar. La boda se organizó sin yo quererlo en realidad. Intento rememorar como se gestó todo, pero mi mente ha borrado el recuerdo de forma misteriosa. Ella nos ayudó en todo momento, voluntariosa, generosa, una madrina perfecta, tal vez hastiada de una vida aburrida y de un marido demasiado ausente, absorbido por viajes de negocios que no parecían tener final.

Llegó el día más importante de nuestras vidas. Sonrisas, alegría y abrazos por puro compromiso otorgados a gente que ni siquiera conozco. Monotonía y tedio con un órgano arcaico del que brotan notas altas y espirituales. La ceremonia se sucedió entre mis suspiros desesperados y tu mirada llena de ilusión. ¿Cómo puedes estar tan ciega? Llegamos al viejo castillo, situado entre las montañas pintadas de blanco. Un restaurante maravilloso, engalanado de forma espléndida, con adornos lujosos y flores deslumbrantes, tal y como deseabas. El banquete transcurrió entre risas, pero me costó horrores no desviar mi mirada a la mesa de la izquierda, donde una diosa había tenido la deferencia de compartir tiempo con unos meros mortales. Me levanté y fui a interesarme por nuestros invitados. Las típicas frases salieron de mis labios, recibiendo las acostumbradas respuestas, todo muy civilizado. Conseguí escabullirme detrás de los portones de madera, y me acerqué a un camarero con aire distraído, que fumaba un porro de marihuana, medio oculto tras una columna. Se sorprendió al verme y casi se atraganta con el humo. Tuve que tranquilizarle y prometerle que no diría nada. La oportunidad era demasiado buena para dejarla pasar. Le susurré unas palabras sibilinas y volví al salón con una sonrisa dibujada en mi rostro. Mi nuevo secuaz siguió mis instrucciones meticulosamente. Llenó la copa de tu hermana, que bebía mediante pequeños y delicados sorbos, acariciando el cristal de bohemia con una elegancia sin par. Cada vez que el vino de aguja desaparecía de su copa, él la llenaba con disimulo, de forma casi imperceptible. Las risas llenaban el salón, pero incluso cuando las notas de música flotaban por el aire, la miraba de soslayo, deseando probar por fin aquellos labios carnosos y saborearlos hasta perder el sentido. El tiempo pasaba demasiado deprisa, pero todo iba según lo previsto. Ella comenzó a reír con aquel sonido contagioso, y fue a bailar en medio de la pista, contoneándose como una serpiente albina. Se tropezaba con sus propios tacones, y con el pelo alborotado, optó por salir de la estancia en dirección a los baños. Tuve que aguantar los deseos de salir corriendo detrás de ella, y esperé unos preciosos minutos.  Después salí tras ella, tras ajustarme la corbata, con la cumbia sonando de fondo.

Caminé de forma apresurada, con el corazón desbocado. Abrí la puerta de los servicios sin hacer el menor ruido, y busqué el aroma de su perfume, penetrante e intenso, que inundó mis pulmones, embriagando mis sentidos, hasta marearme por completo. Me agarré al quicio de la puerta, buscando las fuerzas que se escapaban de mi cuerpo. No había nadie más. Nadie que se interpusiese entre mi deseo y yo. Mis dedos acariciaron la madera de la puerta con suavidad, y tamborilearon sobre la superficie lisa. Un jadeo uniforme brotó del otro lado, una suave melodía que me incitaba a continuar. Cerré los puños, con el fin de infundirme valor, y no pensé ni por un momento en todo lo que podría suceder si mis maquinaciones fracasaban. La puerta dejó de ser un obstáculo. Ella me miró a los ojos, sin pestañear, con su cabello dorado enredado en torno a sus hombros, brillante como un diamante, e igual de tentador, pidiendo ser tomado. Sus piernas largas se cruzaban en una postura sugerente, adornada por una sonrisa lujuriosa.
—Por fin te has decidido —dijo con tono burlón—. Llevo meses esperando a que te atrevieras…


Me abalancé sobre ella, guiado por un impulso animal, imposible de dominar. La puerta se cerró tras de mí con un fuerte golpe. Mis labios devoraron los de ella, impelidos por una necesidad imposible de negar. Por fin. Sabían a un dulce néctar, embriagador, que trataba de conducirme al éxtasis, volviéndome loco de deseo. Mordí sus labios, e introduje mi lengua entre ellos, y alcancé la suya, deleitándome con su suave tacto. Sentí cómo sus dedos se deslizaban por mi pecho, y en un suspiro, los botones de mi camisa, quedaron liberados de su infame prisión. Las yemas de sus dedos se deslizaron por mi pecho hasta alcanzar mis pezones, y allí se detuvieron en unos segundos interminables, y sentí un dolor placentero al percibir un fuerte pellizco en mi carne. Mis manos no podían estarse quietas. Le bajé el vestido de golpe, hasta que se deslizó por sus largas piernas posándose en el suelo como una pluma que hubiese caído de un nido. Me deleité con sus senos, palpando cada milímetro, disfrutando de sus turgentes formas, hasta que no pude resistir más la tentación de saborearlos con urgencia. Se endurecieron al sentir mi saliva, y los mordí con salvajismo, haciéndola estremecer. Mi boca bajó por su vientre, como el torrente de un río embravecido, y jadeé cuando mi lengua se encontró con la fina tela de seda, que empapé con mis besos. Noté como la humedad emergía por debajo de la tela, y entonces sus manos la desgarraron, y condujeron mi cabeza hasta allí, enterrándola entre sus piernas. Me moví como un pequeño ofidio, disfrutando de las sensaciones que me producía probarla por fin, tras tantos meses de soñar con ella, creyendo que esto era un sueño imposible. Llegó al éxtasis, y agarró mis cabellos rizados con fuerza, y al notar su actitud desinhibida, una sonrisa afloro en mis labios empapados, satisfecho de mí mismo. Se incorporó con una sonrisa pícara que la hacía aún más hermosa, y decidió devolverme el favor. Un pequeño chasquido reverberó en el estrecho habitáculo, y se apresuró en abalanzarse sobre mi cintura. Su cabeza se movía al ritmo de la melodía que sonaba en el salón, y aunque lejana, podíamos escucharla débilmente. Cerré los ojos y disfruté del momento, hasta que perdí la noción del tiempo. Sufrí unos intensos espasmos hasta que volví a abrir los ojos y me encontré con aquella diosa, con su sensual mirada prendada en mi rostro, adornada por una expresión complacida. No parecía haber sucedido nada, y aquello me maravilló. Se levantó y me invitó a ocupar su lugar. Mis pantalones cayeron al suelo, y me dejé caer de forma apresurada. Ella se sentó a horcajadas sobre mí, y me abrazó con energía. 
Comenzamos nuestra danza, y nos abandonamos a la pasión, y sentí como mi frustración desaparecía al ver mi más oscuro deseo cumplirse. Nos besábamos, nos tocábamos cómo si no existiera nadie más en este mundo, como si todo fuese acabar en unos minutos. No existía nada más. Y por fin acabamos nuestro sensual baile, en un simultáneo final, un final épico a nuestro furtivo encuentro. Mi sueño cumplido. Por este motivo desaparecimos ambos. Se levantó con aquella sonrisa capaz de iluminar un páramo, y me susurró:
—Esto no es más que el principio…



Entrada importante

Dos damas con carácter: conociendo a Eva —Cristy Herrera

Cada nuevo paso de la autora dentro de la literatura es una confirmación de lo que ha venido apuntando desde sus primeros pasos. Cada manusc...