viernes, 20 de marzo de 2020

Una historia de amor—Relato



Calcetín era un joven inquieto y vivaracho. Corría realizando tropelías inimaginables para cualquiera que no dispusiera una imaginación fina y desbordada como la suya. Sin embargo, tras desplumar una gallina y dejarla sin una sola pluma, sufrió un terrible accidente. ¿Acaso el destino quería jugarle una broma macabra? Bien por los inescrutables hados o por una macabra casualidad, cayó por las escaleras que daban al patio, en una postura imposible. Rodó de forma inexorable los ocho pisos que separaban su morada del subsuelo, exhalando un único quejido por su boca desprovista de dientes: «¡auch!».
El suelo refulgía con intensidad, como una pequeña estrella. ¡Esto provocó un desequilibrio químico en el córtex cerebral del muchacho y se vio impelido por una necesidad que no pudo negar! Emigró a Egipto y llegó a la ribera del Nilo, sobreviviendo como cantante de variedades y tuvo la capacidad de poner de moda de nuevo el hit de Gloria Gaynor, I will survive. La multitud le aclamaba en todos los bares de carretera desde El Cairo hasta Luxor, y su nombre se convirtió en una misteriosa leyenda debido a su alegre atavío. Se había convertido en un calcetín humano. ¡De esta guisa salía al escenario cada noche sin luna! Bajo brillantes colores desfilaba, reflejando las luces de colores de los viejos focos de los músicos de otros tiempos. Tras una actuación especial, al proclamarse mayor de edad, reparó en unos ojos inyectados en sangre que lo observaban desde la penumbra, ávidos de deseo y lujuria.


Se trataba del conejo de Pascua, ya retirado de su labor con los dichosos huevos, y que se había convertido en un famoso piloto de carreras de piraguas en el río Nilo. Fama y dinero le contemplaban, pero el mamífero los trataba con desdén. Solo el fondo de la botella le proporcionaba alguna clase de consuelo, y no quería saber nada ni de mujeres ni de conejas. Demasiado fugaz encontraba aquellos escarceos íntimos. Había vivido demasiado deprisa. No pudo explicar el motivo, pero se sintió atraído por aquel enigmático cantante. No sabía si era hombre o mujer y tampoco le importaba. Acudió a verle cada noche y finalmente reunió el valor para invitarle a una copa. Calcetín tomó su whisky de malta a través de una pajita. Aquello conquistó de forma definitiva al viejo conejo, que en el fondo de su corazón era un romántico empedernido. Vivieron una larga historia de amor en la que el cantante jamás le dejó ver su verdadero rostro, e iba siempre envuelto en su segunda piel de algodón. Sin embargo, ni el más puro amor puede sobrevivir a los estragos del tiempo, y mucho menos una pieza sintética confeccionada por unas simples manos mortales.
El conejo de Pascua descubrió que Calcetín poseía unos enormes dientes de conejo, unas paletas crecidas en los últimos meses que dejaban a las suyas en una mera anécdota. No fue capaz de volver a mirarlo de la misma forma. Abatido, con el corazón destrozado, acabó sus días en un asador compartiendo féretro con el último pavo indultado por George W. Bush cuando era gobernador de Texas. Calcetín sobrellevó mejor la ruptura. Zurció su disfraz con doble hilo rojo y continuó cantando como si no hubiese un mañana.
La vida continua y siempre es mejor con la melodía de una buena canción en nuestros corazones. ¡Viva Calcetín!


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