miércoles, 4 de marzo de 2020

El billete a Europa —Relato

  
Esperando mi turno, junto a la línea de cajas del supermercado, sabía que aquella compra cambiaría mi vida para siempre. Allí se exponían como dulces apetitosos, agazapados, tímidos, protegidos por cajas de polietileno, a salvo del viciado aire que apenas podía filtrar por mis pulmones. ¡La lotería! Allí estaba, el billete que me rescataría de mi anodina vida, de una perenne invisibilidad y de frustraciones distintas, a cada cual más variopinta. El número estaba allí. ¡Por supuesto! Había soñado con él varios días. El cinco.
«Por el culo te la hinco», susurró una voz en mi cabeza con voz aguda.
«Shhhhhh. Ahora no, cojones» supliqué sin palabras.
Entrecerré los ojos y una mueca histriónica apareció en mi rostro. Crucé los dedos y sonreí. La caprichosa voz optó por guardar silencio. Era una compañera inoportuna. Tan pronto parloteaba sin cesar, haciendo preguntas de lo más extrañas, como no la sentía durante días. A veces tenía la esperanza de que se fuese por donde había venido, pero siempre acababa por regresar. «Todo lo que se va vuelve, mamón» me repetía siempre, como un ridículo mantra. La cajera me miró con una mezcla de curiosidad y aversión, pues la expresión de mi rostro era de lo más peculiar. Señalé el billete con un dedo amorfo, torcido de una forma incomprensible. La muchacha dio un respingo, pero reaccionó con rapidez y abrió la caja con una llave que tenía escondida debajo de la caja registradora.
—¿No te encantan las cajas de polietileno? —me preguntó ella con una sonrisa.
—No, la verdad —respondí, tratando de arreglarme el pelo para parecer más atractivo.
«El polietileno es una mierda, colega. Se derrite con los propulsores de despegue» me susurró la voz, inmisericorde. La chica me observó petrificada, pues los ojos se me habían puesto en blanco por unos segundos. Solía sucederme a menudo.
—¿Te encuentras bien?
—Claro, ¿por qué lo preguntas? —repuse, sorprendido.
—Por nada, por nada. —La cajera trató de olvidarse del asunto. Siempre me observaba con compasión, lo que no me agradaba demasiado, ni a mí, ni a la voz alienígena que vivía en mi cerebro. Cuando la transacción finalizó, respiré aliviado. ¡Qué chica más rara!


Volvía a casa, guardando mi billete como un tesoro. Lo aferré con avaricia, riendo como Gargamel, el maloso de los pitufos, mi ídolo de juventud. La cerradura se abrió con un chasquido, y por desgracia me encontré con mi madre, que me observaba con su típica mirada maquiavélica. Observó mi expresión de lelo, y no tardó en interrogarme. Su mirada me intimidaba. Estoy seguro que fundó la CIA, o alguna agencia similar.
—¿Por qué traes esa cara de atontado?
—Es la única que tengo —me defendí con torpeza.
—Venga, confiesa.
—Vale. Es un billete de lotería. El premio es un viaje a Europa.
—¿A qué parte?
—Pues a ninguna en concreto. A Europa.
—¡Tú estás tonto!
—Joder, mamá. No conozco los nombres con detalle. A Europa, la luna de Júpiter. Él tiene que volver.
—¡La madre que te pario, que soy yo! —replicó ella, sin dar crédito a lo que escuchaba—. ¡Hazme el favor de tomarte el Haloperidol!

6 comentarios:

  1. Maravilloso relato!! Me encanta el tono humorístico que le das a una enfermedad mental, tiene todo este relato: humor, suspense y lo mejor, el doble sentido. Me encanta como escribes.

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  2. Muy buen relato. Con muy pocas palabras has creado muchas sensaciones.

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